martes, 23 de febrero de 2010

Como En Casa


* por Dany Jinkis ( de La Condena de Cain)


Cuando uno se va de vacaciones suele querer escapar del ambiente en el que se mueve o al que está acostumbrado. Al menos a mi me pasa. En muchos casos forma parte de conocer nuevas culturas, compartir sus costumbres, y así sentirse otro siendo el mismo que partió de la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, a los pocos días de abandonar mi ciudad un cierto cosquilleo siempre me acompaña. No me malinterpreten, disfruto mucho cada viaje que hago en la buena compañía de mis amigos, pero siempre extraño ese “sentirse como en casa” que sólo acuño al volver a mi hogar y sentarme a tocar la batería, la guitarra, ensayar o tomarme unas cervezas en un bar amigo.
Sentirse como en casa… Calculo que cada cual se siente diferente en su propia casa, pero en conjunto muchas veces, de viaje, nos reconocemos todos en esa frase al sentirnos cómodos, sin más que algunos indicios que nos den la seguridad que nos dan los lugares que habituamos, que conocemos.
Esa noche me encontraba a miles de kilómetros de distancia. El Pelado y Camisa me acompañaban por las calles de Uyuni, una pequeña ciudad Boliviana, más bien un pueblito. Rondando las doce de la noche, pleno carnaval, la idea de todos era conseguir unas cervecitas y adaptarnos a la celebración del lugar formando parte de algún ritual que nos incluya o que podamos observar sin ofender ni ser señalados.
De pronto, los gritos de Camiza me devuelven de mis sueños a las oscuras calles que nos acompañaban. Una banda en vivo estaba tocando en un bar. Nos asomamos. El ritmo andino que sonaba y las caras que festejaban dentro del lugar me indicaban que yo nunca entraría a un lugar así en Buenos Aires, un poco por disgusto y otro poco, debo confesar, por miedo. ¿Pero no era la idea justamente conocer cómo festeja una cultura tan diferente a la que estoy acostumbrado? Entramos, silenciosos, temerosos. Al poco tiempo fuimos descubiertos por todos los lugareños. Debo admitir que hubiera costado pasar desapercibidos. “Dos cervezas para mis amigos argentinos”. El grito me sorprendió, pero a la cuarta o quinta vez que sucedió ya no tanto. Tal vez por el pedo que me alcanzaba o por no querer preguntar cuando unas cervezas gratis se te acercan en la barra.
Las cholas nos sacaban a bailar, nos llenaban los vasos de cervezas, éramos amigos de ellas, de sus maridos y de sus hijos, éramos invitados a todo festejo, a toda broma, éramos el centro de atención de esta cultura tan extraña para mi y mis amigos.
Sin embargo, un aire de familiaridad ahogaba el lugar. Tan lejos me encontraba pero tan cerca de la vez. Esto no me recordaba a mi casa en lo más mínimo. Hasta Camisa y el Pelado parecían extraños a tantos kilómetros de distancia. Las caras que me rodeaban me eran absolutamente desconocidas, la música que escuchaba, extraña a mis oídos, la estética del lugar, absolutamente desconcertante. Hasta que algo en el alma me llamó y me explicó: me sentía como en Baccaro.

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